Desde hace muchos años (25-30-35), en la sociedad se ha invertido la relación existente entre pobreza (menos educación, menos poder adquisitivo, menos nutrición más delgadez) y la riqueza (más educación, más poderío para comprar más y mejores alimentos, más obesidad). Esos eran los años en que la grasa era signo de prosperidad, ya que sólo los ricos tenían poder económico, para consumir calorías en exceso y para que otros hicieran los trabajos físicos por ellos.
Comer mal es más barato
Admitamos que el poder adquisitivo y/o la educación están relacionados íntimamente con la obesidad, el reto con el que nos enfrentamos es cómo utilizar este conocimiento para el beneficio de la sociedad.
Cuando hablamos de educar a la población en el campo de la alimentación, nos estamos refiriendo a que sepamos lo que comemos, y que esa comida nos aporte o no beneficios para la salud. Educar por lo tanto es enseñar cómo hemos de comer, no tanto las cantidades, que éstas van más ligadas al hambre o emoción, pero sí la distribución de alimentos, el reparto de las tomas, buenas artes culinarias para evitar excesos de grasas, en definitiva CULTURA ALIMENTARIA.
Esta educación nos va a servir para mantener el «tipo» pero no solo en cuanto al tipo estético, sino también en cuánto al valor energético que nos permita un buen vivir y convivir con actividades ya sean laborales o físicas o de ocio (deporte, caminar, juegos, etc.) , mantener el tipo de nuestra salud( evitando posibles enfermedades derivadas de mal comer), mantener el tipo de la convivencia en reuniones, comidas de trabajo, banquetes, etc. Así abarcamos varios ámbitos, y todos dependiendo de nuestra educación alimentaria.
Bien está saber qué es una proteína, un aminoácido, una grasa, qué efectos provoca el colesterol en nuestro organismo, qué es un hidrato de carbono y para qué lo utilizamos en nuestro cuerpo, e infinidad de detalles, pero luego toda educación, enseñanza, aprendizaje debe de ir complementada con una práctica: y aquí juega un papel importante el profesional médico-nutricionista; es aquí donde hay que incidir en el individuo, para que en su formación alimentaria pueda ir practicando en la compra de alimentos, el modo de cocinar, las mezclas recomendables,
En los tiempos actuales, los puestos de alimentación se han globalizado, y ahora el “poder adquisitivo mayor o menor” realiza la compra en los mismos establecimientos, de forma que la diferencia económica a la hora de la cesta de la compra, se ha estrechado.
Si observamos a los consumidores en un súper podemos ver que la mayoría no compra según el etiquetado, si puede que sea fiel a una marca concreta. Éste es un elemento de la educación, y también en éste campo se han estrechado las diferencias, no se observa que el menos pudiente compre alimentos distintos al más pudiente. Pero sí miramos el contenido de un carro de compra, de una supuesta persona con menos economía, podríamos detallar que su contenido lleva más alimentos baratos: patatas, bollos, comidas procesadas, alimentos en ofertas, y sí que aquí podemos establecer diferencia ya que el personal más pudiente adquiere-llena su carro de alimentos de más valor, frescos y supuestamente más sanos y equilibrados.
Para esto hemos de identificar primero la raíz del problema: ¿Es la obesidad el resultado de la falta de recursos económicos, o de la falta de una educación apropiada (incluyendo por supuesto, la educación nutricional)? Esta disyuntiva no es fácil de resolver dada la estrecha unión entre ambas. Sin embargo, la evidencia inclina la balanza hacia la importancia de la educación (o falta de la misma) como motor que nos lleva hacia el peso saludable o la obesidad.
De hecho, hemos demostrado que incluso en sujetos que están genéticamente predispuestos a la obesidad, tener una educación universitaria cancela totalmente el riesgo genético a añadir